Actualmente, las necesidades de las empresas son definidas por el ambiente global en que estas existen, constituyendo un entorno muy competitivo que exige una continua toma de decisiones importantes y con mínimas posibilidades de errores si no se quiere situar en riesgo la viabilidad de una organización u empresa.
Esta creciente competitividad en que se enfrentan los mercados hoy ha provocado que se origine un ambiente dinámico en donde la optimización de recursos ya sean tanto materiales como inmateriales sea una alternativa para otorgarle valor agregado o “plus” y supremacía a quienes lo utilicen de manera eficaz y eficiente.
Si nos introducimos al tema del origen de las buenas o deficientes gestiones en una organización, debemos remontarnos al interior de esta, específicamente en lo que se constituye como el proceso denominado Toma de Decisiones y que continuamente ha sido catalogado como el motor que le da vida a los negocios. Es, en este proceso, de donde depende gran parte del triunfo de cualquier organización a través de la correcta elección de alternativas.
Cuando un directivo se enfrenta a una toma de decisión en su organización, además de entender la situación que se presenta, debe tener la capacidad de analizar, evaluar, reunir alternativas, considerar las variables, con el fin de encontrar soluciones razonables; es decir, tratar de tomar decisiones basadas en la racionalidad.
Una de las bases en que sustenta la buena toma de decisiones en cualquier organización, se refiere al aprovechamiento de conocimiento tanto propio como del propio equipo de la organización, ya que si quien toma la decisión posee conocimientos, ya sea de los sucesos que encierren el problema o en un contexto similar, entonces este saber puede utilizarse para seleccionar un curso de acción que le sea favorable a dicho problema.
Es importante mencionar que la toma de decisiones que se lleva a cabo dentro de las organizaciones debe cumplir con ciertas características como son: ser rápida, oportuna, fundamentada en información concreta, que permita tomar decisiones eficientes, efectivas y con un bajo costo para la empresa; pues de ello dependerá el éxito o fracaso de una organización
Cono afirma el profesor del IESE Miguel Ariño, podemos decir que nuestra historia personal es la historia de las decisiones tomadas, y que nuestro futuro —que está condicionado por aquellas que ya hemos tomado- lo vamos forjando a través de las futuras decisiones. De ahí la importancia de la toma de decisiones en la vida de las personas, ya que en último término cada uno es lo que decide ser.
De hecho, tomar decisiones es la actividad más importante que realizamos las personas. En el ámbito empresarial, es el acto directivo fundamental, porque un directivo lo es en la medida que decide y por tanto, debe abanderar en un ejercicio de responsabilidad ética y profesional la asunción de las mismas y trasladar las diferentes responsabilidades a los distintos niveles dentro de la organización.
El directivo de cualquier organización no puede abstenerse de hacerlo, porque decidir no tomar una decisión implica de por sí haberlo hecho. Lo que sí podemos decidir es si la queremos tomar nosotros o si preferimos que otros lo hagan por nosotros, o peor aún, que el propio devenirse del mercado o la suerte, adopte por nosotros esa decisión; lo que conlleva poner el control de nuestra vida en manos de terceros. Por eso no podemos renunciar a decidir, porque haciéndolo nos convertimos en espectadores en vez de en actores protagonistas de nuestra existencia. La toma de decisiones no la podemos subcontratar, ni en ocasiones delegar, sino que debe ser un hábito obligatorio y de mayor responsabilidad según sea el puesto en la organización.
Y como no puede ser de otra forma, a la decisión siempre va ligada la posibilidad del error. Hay personas que tienden a no tomar decisiones porque tienen miedo a equivocarse, y dejan que las circunstancias decidan por ellas, abandonando así el control de su propia existencia. Este tipo de personas, que se niegan la posibilidad de «fracasar», paradójicamente, lo acaban haciendo porque al no decidir no tienen posibilidades de salir al encuentro del éxito. Renunciando a la posibilidad de fracasar, renuncian también a la posibilidad de triunfar.
Las personas de éxito también han tenido desventuras. Personas consideradas como grandes empresarios acumulan en su historial fracasos, algunos de ellos sonados. El éxito muchas veces es fruto del fracaso. Tener éxito consiste en levantarse una vez más de las veces que se haya caído. Si no probamos no podemos ganar.
En definitiva, hay que abandonar ese mal hábito mediterráneo de eludir responsbabilidades y toma de decisiones, ya que es el mejor ejemplo de que no solo no lo hemos intentado sino que tampoco queremos hacerlo. Hay que acabar con el estigma de la condena al que se equivoca, puesto las cosas buenas le suceden al directivo que las espera, pero las mejores y las que distinguen al directivo excepcional, le suceden al que las busca, así que… ¿y si dejamos de desearlo y nos ponemos a ello?.